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ESG: la sigla que está cambiando al mundo corporativo

ESG: la sigla que está cambiando al mundo corporativo

Preocupación con criterios ambientales, sociales y de gobernanza gana cada vez más importancia entre las empresas.

En enero de 2020, líderes empresariales y gubernamentales de todo el mundo se reunieron por 50ª vez en la ciudad de Davos, en Suiza, para otra edición del Fórum Económico Mundial de Davos. Realizado poco antes de la diseminación global de la pandemia de covid-19, el encuentro fue dominado por las preocupaciones generadas por los cambios climáticos al ambiente global de negocios. Y puso en pauta un manifiesto defendiendo que las empresas pasaran a incorporar criterios ambientales, sociales y de gobernanza – creando valor a todos sus públicos de interés, y a la sociedad.

Al conquistar cada vez más espacio en las empresas, esos criterios – que se volvieron globalmente conocidos por la sigla ESG (Environmental, Social and Governance) – son, hoy día, una verdadera guía para que inversionistas decidan en cuáles empresas van a invertir. Empresas que adopten prácticas ecológicamente correctas, socialmente justas y económicamente viables son percibidas como más rentables, más preparadas para sobresalir en un futuro en el cual esas cuestiones ganen más importancia, y menos expuestas a problemas que puedan afectar negativamente su desempeño.

Asociada, hace poco tiempo, a grandes corporaciones, la agenda ESG está ganando fuerza también en pequeñas y medianas empresas. El valor de ser percibida como una empresa sustentable puede ser la clave para la obtención de créditos y la expansión de las operaciones – y contribuir para la continuidad del negocio.

Antecedentes del ESG

La idea de humanizar al capitalismo, por medio de prácticas de sustentabilidad, comenzó a ganar consistencia a finales de la década de 1980, cuando la discusión sobre la cuestión ambiental pasó a incluir el papel de las empresas. Fue en 1987, durante la Conferencia Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo, promovida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que se lanzó la idea del desarrollo sustentable – la generación de riqueza no sería más disociada de la atención con aspectos sociales y ambientales.

En 1997 hubo un nuevo salto: el consultor británico John Elkington lanza el libro Cannibals with forks: the triple bottom line of 21st century busines. Bastante influyente, la obra discute la idea de que la sustentabilidad corporativa debe equilibrarse en “tres pilares” compuestos por el capital humano, por el capital ambiental y por el lucro financiero. Es a partir de este punto que, lo que se volvió conocido como ciudadanía corporativa, pasó a tener cada vez más importancia para las empresas – y no apenas por cuestiones de proyección de una imagen positiva. Después de todo, independientemente del área en que actúa, cualquier corporación está incluida dentro de la sociedad y debe contribuir para mejorarla – actuando como facilitadora de iniciativas que traigan beneficios para todos.

Si el modelo anterior priorizaba la prestación de cuentas a los accionistas de una empresa (stockholders), la sustentabilidad corporativa amplió esa base de públicos de intereses (stakeholders) – de la cual pasaron a formar parte los funcionarios, consumidores, proveedores, comunidad local y órganos públicos, entre otros. Para poder cumplir con ese nuevo paradigma, las empresas comenzaron a crear políticas de sustentabilidad, comités específicos para administrar temas ESG y herramientas de comunicación transparente con todos los públicos impactados por sus actividades.

La comunicación de esas actividades también pasó a volverse más sofisticada: los informes de sustentabilidad utilizan, hoy día como referencia, los criterios establecidos por la Global Reporting Initiative (GRL), cuyas reglas permiten el relato transparente y racional de los diversos aspectos de la sustentabilidad ambiental, social y de gobernanza de las empresas.

Esos informes son usados como una forma de proyectar una imagen positiva de la corporación y también de alinear el entendimiento de todos los stakeholders sobre los impactos de las actividades de la empresa y sus esfuerzos para evitar o mitigar eventuales problemas.

Finanzas sustentables

En poco tiempo, ese concepto pasó a ganar espacio en los mercados globales. Aún en 1999, el índice Dow Jones de la Bolsa de Valores de Nueva York creó el Dow Jones Sustainability Index, que reunía acciones de empresas que adoptasen criterios de responsabilidad social (y excluía los papeles de empresas que actuasen en sectores como bebidas, tabaco, armamento y entretenimiento para adultos). En seguida, la Bolsa de Londres también creó un índice específico, el FTSE4Good.

La Bolsa de Valores de São Paulo (Bovespa, la actual B3) se volvió la cuarta del mundo a adoptar criterios de sustentabilidad corporativa, en 2005. Hasta hoy día, el Índice de Sustentabilidad Empresarial (ISE) funciona como un faro, o medida, para inversionistas que opten por empresas alineadas a criterios ESG.

En 2002, el escándalo Enron/Arthur Andersen, en los Estados Unidos, llevó a la creación de la Ley Sarbanes-Oxley, que establecía mecanismos de auditoria para garantizar la transparencia en la gestión de las empresas. Se establecía, de esa forma, otro incentivo, para que las corporaciones pasasen a adoptar criterios de sustentabilidad en sus operaciones. En el mismo año, un grupo de instituciones financieras de varios países creó los Principios del Ecuador – un conjunto de directrices socio ambientales para guiar la concesión de créditos a empresas.

Un importante desdoblamiento de esa preocupación ocurrió en 2006, cuando la ONU creó los Principios para la Inversión Responsable (PRI, en su sigla en inglés). Consiste en seis reglas que deben ser seguidas por los signatarios, y que tienen la finalidad de incentivar la incorporación de temas ESG en prácticas relacionadas a inversiones. Después de 15 años, la iniciativa ya reúne a 4 mil empresas, que representan más de USS 110 millones de millones de activos bajo su gestión.

¿Vale la pena?

La capacidad de que las empresas que adoptan criterios ESG, atraigan más inversiones, ha sido objeto de diversos análisis. De acuerdo con el estudio Global Institutional Investor Survey, llevado a cabo por MSCI, 77% de los fondos soberanos, aseguradoras, fundaciones y fondos de pensión, entre otros, con activos entre US$ 25 mil millones y US$ 100 mil millones, planean aumentar sus inversiones ESG en respuesta al covid-19. En el segmento que reúne inversionistas con más de US$ 200 mil millones en activos, el porcentaje es aún mayor, alcanzando el 90%.

Además de eso, no se puede desconsiderar la reputación que la empresa adquiere al adherir a criterios ESG. Sus consumidores y/o clientes pasan a percibir valores éticos en la actuación de la empresa, alineados a temas como diversidad, preocupación ambiental y prácticas laborales justas. Esa imagen también contribuye para atraer y retener talentos, además de contribuir para posicionar favorablemente a la empresa en el mercado en el cual actúa.

Lejos de ser un modismo pasajero, la agenda ESG incorpora preocupaciones profundas y ya se estableció en el medio empresarial, como un componente indispensable para cualquier estrategia corporativa. Y quienes ignoren el tema podrán comprometer la viabilidad de su negocio en el futuro.


José Cunha, está hace 20 años en el Bureau Veritas, en donde actualmente es Director General Paraguay & Uruguay, donde lidera el desarrollo del negocio, con especial enfoque en los mercados de Sustentabilidad y ESG.

Referencia

 https://www.linkedin.com/pulse/esg-la-sigla-que-est%25C3%25A1-cambiando-al-mundo-corporativo-jos%25C3%25A9-cunha/?trackingId=obeoj1Mu1BfVVL5xiYtiNA%3D%3D

 

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